/ viernes 25 de junio de 2021

Quienes se tragan todo

La UNESCO señala que evaluar críticamente los contenidos de todo tipo es una habilidad. Pero esa capacidad no es innata ni espontánea en las personas, tendría que fomentarse para poder desarrollarla de manera consistente, como ocurre con otras habilidades.

De ahí que se haya acuñado hace varios años la llamada Alfabetización Mediática e Informacional (AMI), consistente en un conjunto de habilidades que “facultan a los ciudadanos a comprender las funciones de los medios de comunicación y de información, a evaluar críticamente los contenidos y a tomar decisiones fundadas como usuarios y productores de información y contenido mediático”, apunta la UNESCO.

Parece fácil, pero no lo es. Lograr esta “nueva” alfabetización, es decir, saber cómo discriminar y valorar la información que nos llega por varias vías, pasa no sólo por una instrucción académica formal o no formal, sino por elementos que anteriormente eran imprescindibles sólo en ciertas en profesiones y actividades relacionadas con la política, los medios, la investigación, la docencia, etc.

Ahora, sin embargo, todos nos enfrentamos al fenómeno de la sobreinformación no sólo de parte de los medios... sino también de la que generan o producen directamente, sin intervención de los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio y tv), los propios actores de la vida nacional, incluyendo a los académicos, expertos, políticos y servidores públicos, a través de las redes sociales y medios digitales, de forma directa.

Es con esas informaciones que generamos criterio o capacidad de elaborar un juicio sobre algo o alguien y en consecuencia actuar. Entran en juego, claro, otras variables, por ejemplo, nuestros “valores” individuales y nuestra propia perspectiva, como se dice “todo depende del cristal con que se mire”.

De manera que afirmar que hay sectores que nos “tragamos todo”, implica no sólo la información de los medios, sino también la que nos pretenda “vender” la autoridad.

Por eso es que la crítica, el cuestionamiento y la “fiscalización” de otros acerca de estas informaciones oficiales, no sólo es necesaria, sino imperativa para que no nos `traguemos” una sola versión de la historia.

Para ser útil, un “Quién es quién en las mentiras” debería entonces también incluir a todos aquellos actores que diariamente inundan el espacio público, desde un lugar de privilegio, usando los medios públicos y tratando de orientar, no siempre con hechos, sino con opiniones y falacias (argumentos que pretenden hacerse pasar por válidos pero que en realidad no lo son) el pensamiento de las personas.

Un ejemplo de las falacias más usadas son la falsa dicotomía (o falso dilema), que argumenta sobre alternativas extremas, sin puntos intermedios “Estás conmigo o estás contra mí”; o la falacia ad populum, que apela al respaldo que una gran cantidad de personas otorgan a las tesis que se presentan: “Todos lo quieren, luego entonces eso es lo mejor”.

La UNESCO señala que evaluar críticamente los contenidos de todo tipo es una habilidad. Pero esa capacidad no es innata ni espontánea en las personas, tendría que fomentarse para poder desarrollarla de manera consistente, como ocurre con otras habilidades.

De ahí que se haya acuñado hace varios años la llamada Alfabetización Mediática e Informacional (AMI), consistente en un conjunto de habilidades que “facultan a los ciudadanos a comprender las funciones de los medios de comunicación y de información, a evaluar críticamente los contenidos y a tomar decisiones fundadas como usuarios y productores de información y contenido mediático”, apunta la UNESCO.

Parece fácil, pero no lo es. Lograr esta “nueva” alfabetización, es decir, saber cómo discriminar y valorar la información que nos llega por varias vías, pasa no sólo por una instrucción académica formal o no formal, sino por elementos que anteriormente eran imprescindibles sólo en ciertas en profesiones y actividades relacionadas con la política, los medios, la investigación, la docencia, etc.

Ahora, sin embargo, todos nos enfrentamos al fenómeno de la sobreinformación no sólo de parte de los medios... sino también de la que generan o producen directamente, sin intervención de los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio y tv), los propios actores de la vida nacional, incluyendo a los académicos, expertos, políticos y servidores públicos, a través de las redes sociales y medios digitales, de forma directa.

Es con esas informaciones que generamos criterio o capacidad de elaborar un juicio sobre algo o alguien y en consecuencia actuar. Entran en juego, claro, otras variables, por ejemplo, nuestros “valores” individuales y nuestra propia perspectiva, como se dice “todo depende del cristal con que se mire”.

De manera que afirmar que hay sectores que nos “tragamos todo”, implica no sólo la información de los medios, sino también la que nos pretenda “vender” la autoridad.

Por eso es que la crítica, el cuestionamiento y la “fiscalización” de otros acerca de estas informaciones oficiales, no sólo es necesaria, sino imperativa para que no nos `traguemos” una sola versión de la historia.

Para ser útil, un “Quién es quién en las mentiras” debería entonces también incluir a todos aquellos actores que diariamente inundan el espacio público, desde un lugar de privilegio, usando los medios públicos y tratando de orientar, no siempre con hechos, sino con opiniones y falacias (argumentos que pretenden hacerse pasar por válidos pero que en realidad no lo son) el pensamiento de las personas.

Un ejemplo de las falacias más usadas son la falsa dicotomía (o falso dilema), que argumenta sobre alternativas extremas, sin puntos intermedios “Estás conmigo o estás contra mí”; o la falacia ad populum, que apela al respaldo que una gran cantidad de personas otorgan a las tesis que se presentan: “Todos lo quieren, luego entonces eso es lo mejor”.

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