/ domingo 1 de diciembre de 2019

Orquestas típicas

La música de la orquesta típica tiene sabor y olor: Sabor a tiempos pasados y olor a nostalgia. Sin embargo, como suele ocurrir con las añejas recetas de la abuela, éstas se han perdido, por lo que la sazón de los guisos tradicionales con resabios mexicanos desde tiempo muy atrás ha desaparecido del paladar del individuo de hoy. Lo mismo ocurre con nuestra música decimonónica y costumbrista; hemos perdido nuestra vocación por ella y como ocurre con los alimentos, pareciera que disfrutamos cambiar lo bueno por lo malo, insulso, desagradable y vulgar. Hecho a todas luces inaceptable.

Particularmente en los años 45 enta, nuestra música estaba en la cumbre de la aceptación popular. La radio, el cine y los teatros de revista exaltaban las raíces de nuestra mexicanidad; en ese contexto, la música de estirpe nacionalista -la tradicional, la romántica y la popular- fue fundamental. Era la época del mexicanismo a ultranza. Quizá por ello, por ejemplo, la Orquesta Típica de la Ciudad de México en esos años vivió su mejor momento a pesar de que desde 1884, año de su nacimiento, su objetivo fue llevar al mexicano común dicha música señalada a niveles de concierto.

Otrora, querido bohemio lector, era costumbre natural, por disposición oficial, que las difusoras radiales incluyeran en sus diarias programaciones música mexicana con el fin de enaltecerla y reconciliar la ante el auditorio y para dar lustre a los nombres de nuestros grandes autores y compositores. Célebres programas radiofónicos primero, y de televisión después, a un gratamente recordados, exaltaron el carisma y la exquisitez de nuestra producción musical; finalidad para la que se contó en múltiples ocasiones con las orquestas típicas.

Fueron años en los que el orgullo de ser mexicano se manifestó de muy diversas maneras, entre tantas, ratificando el gusto y lealtad a nuestras manifestaciones culturales A través de sonidos costumbristas proporcionados por variados instrumentos tradicionales, tales como el salterio, mandolina, arpa, bandolón, bajo sextos y quintos, xilófono, marimba e incluso instrumentos autóctonos como huéhuetls, toponaxtles y chirimías.

Dichas orquestas fueron populares ya que estas ofrecían conciertos ante las más diversas audiencias de forma habitual y gratuita, particularmente los días domingo, en diversas explanadas, pérgolas y quioscos de los jardines citadinos y los más coloridos pueblos. Motivo de reunión y júbilo, estos recitales provocaban el esparcimiento, la unión familiar, el enriquecimiento de la cultura musical, el fomento al baile etc...

Desde los tiempos del maestro Miguel Lerdo de Tejada, los músicos portaban el vistoso traje de charro compuesto por calzoneras de anchas botonaduras de plata, sombrero galoneado y jorongo; ellas vestidas de chinas poblanas y luciendo grandes trenzas. Sus bailables en parejas -a veces interpretados por niños-, sus contrastantes cantos y el repertorio predominantemente mexicano de carácter urbano y campesino significó para el mexicano de entonces adentrarse al espíritu nacionalista que Miguel Alemán Valdez, presidente de México a la sazón, había perfilado en los inicios de su mandato. Todo en conjunto expresaba ante el público las raíces del terruño.

En cada nota, en cada compás, la música de la Orquesta Típica destilaba el espíritu patriótico que en esos años imperaba en el alma nacional, tanto así, que los paisanos que se encontraban muy lejos de su México querido laborando en el surco, la pizca o la maquila, al escuchar la “Canción Mixteca” interpretada por este grupo folclórico, eran invadidos por la añoranza y la ansiedad; emociones encontradas que propiciaban que al día siguiente liaran sus escasas pertenencias y tomaran rumbo de regreso a suelo mexicano, guiados por el eco de ese sensitivo canto del oaxaqueño Jesús López Alavés, al que la Típica solía impregnar con esencias de apego a lo nuestro: “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido...”

En el Kiosco de la Alameda Central, en el morisco de Santa María La Ribera, en el de Azcapotzalco y en la Pérgola del ex-embarcadero del lago del Viejo Bosque de Chapultepec, los conciertos que ofreció la Orquesta Típica de la Ciudad de México fueron inolvidables.

En tanto los mayores platicaban de sus cosas, los niños, -unos vestidos de charritos y otros de marineritos-, jugaban, corrían y ya casi para dar las doce del día, sudorosos por tanto ajetreo, tomaban de la mano a sus padres para ir juntos, en franca convivencia familiar, a escuchar el concierto de La Típica, que siempre incluía valses, marchas, jarabes, polkas, mazurkas, fox-trots, rancheras, danzas, habaneras y música nacionalista de José Pablo Moncayo, Blas Galindo, Manuel M. Ponce, Tata Nacho y Fray Mario Talavera con arreglos filarmónicos de música tradicional. Gracias a estos conciertos los niños de aquel tiempo, hoy nuestros abuelos, aprendieron a amar la música de nuestra tierra, a diferencia de los de hoy, que ignoran cuáles son las raíces fundamentales de su nacionalidad y cuál es la esencia-raíz de la música mexicana.

Con un repertorio comprendido en canciones como Las Bicicletas, Chapultepec, Cielito Lindo, Morir por tu amor, Adelita, Zandunga, Dios nunca muere, Sobre las olas, Cuando escuches este vals, Club Verde, Río Rosa, La paloma, Jesusita en Chihuahua, Íntimo secreto, La Marcha de Zacatecas, Lejos de ti, Estrellita, Patria mía, Carmen, Tristes Jardines, Perjura, Noche azul, Ojos de juventud, Recuerdo, Vals poético, Alborada, Alejandra, El Choclo, María Elena, Viva mi desgracia, El Faisán, Jarabe tapatío, Marcha Dragona, Las Chiapanecas, Coronelas y hasta La Bamba, escuchar las letras decimonónicas envueltas en el marco musical de la una orquesta y engarzadas a las voces de los cantantes más prestigiados que ha tenido la lírica nacional, siempre significó un gozo sin límite para las audiencias de ese México que se fue.

Hoy la tradición -que atraviesa por un largo compás de espera- continúa; y si aquellos prestigiados nombres aún perduran en el ánimo de los gustadores de lo bueno, gracias a antañonas grabaciones; las virtuosas voces de hoy deberán impulsar ante las modernas generaciones de mexicanos los sugestivos temas de ayer, que sin duda encontrarán en sus respectivas sensibilidades nuevos matices en belleza y sentimiento; en tanto, las típicas, como coloquialmente llama el pueblo a estas agrupaciones, seguirán esperando salir del ostracismo en que se encuentran, pues es bien sabido que para los indignos gobernantes de nuestras ciudades no existe presupuesto para todo aquello que signifique educación, cultura y rescate de las cosas nuestras; esto, aunado a los desafortunados nombramientos de directores titulares que buscan alejarse del repertorio original y para el que dichas agrupaciones fueron creadas, buscando imponer la escuela y la academia de lo clásico en una orquesta que no nació para ese tipo de formatos, como en el caso de la orquesta típica de la ciudad de México que se ha alejado cada día más del cancionero tradicional, reemplazando y agregando instrumentos de concierto que nunca tuvieron cabida en esta manifestación con el afán de pretender incorporar a su programación obras sinfónicas de compositores tanto nacionales como extranjeros que nada tienen que ver con el contexto cultural TÍ PI CO y de antaño. Por bellas y gloriosas que estas obras sean, ¿qué relación tiene una orquesta típica de la ciudad de México con repertorio sinfónico de Bizet, Revueltas, Carrillo, Soula, Galindo, Moncayo o Chávez? ¿Cuándo entenderán que la típica NO es una sinfónica?

Para mí, entrañable bohemio irredento, tiempos pasados fueron mejores. A diferencia de ayer, hoy la convivencia familiar forma parte del pasado dorado que vivió nuestra ciudad, amén de que la relación padres e hijos ya no conlleva la estimulación de los sentidos, como entonces. Hoy, el populismo imperante ha sepultado las buenas costumbres, como aquella, motivo de esta crónica: escuchar absortos en compañía de los nuestros los conciertos dominicales de las verdaderas orquestas típicas y las bandas de pueblo.

Así pues, ínclito e inquieto lector, hasta la próxima semana si el señor de arriba lo permite. Mientras tanto, no lo olvides: mi correo electrónico está dispuesto las 24 horas para recibir sus comentarios y comunicación. Personalmente siempre contesto. rodrigodelacadena@yahoo.com

¡Ni una línea más!

La música de la orquesta típica tiene sabor y olor: Sabor a tiempos pasados y olor a nostalgia. Sin embargo, como suele ocurrir con las añejas recetas de la abuela, éstas se han perdido, por lo que la sazón de los guisos tradicionales con resabios mexicanos desde tiempo muy atrás ha desaparecido del paladar del individuo de hoy. Lo mismo ocurre con nuestra música decimonónica y costumbrista; hemos perdido nuestra vocación por ella y como ocurre con los alimentos, pareciera que disfrutamos cambiar lo bueno por lo malo, insulso, desagradable y vulgar. Hecho a todas luces inaceptable.

Particularmente en los años 45 enta, nuestra música estaba en la cumbre de la aceptación popular. La radio, el cine y los teatros de revista exaltaban las raíces de nuestra mexicanidad; en ese contexto, la música de estirpe nacionalista -la tradicional, la romántica y la popular- fue fundamental. Era la época del mexicanismo a ultranza. Quizá por ello, por ejemplo, la Orquesta Típica de la Ciudad de México en esos años vivió su mejor momento a pesar de que desde 1884, año de su nacimiento, su objetivo fue llevar al mexicano común dicha música señalada a niveles de concierto.

Otrora, querido bohemio lector, era costumbre natural, por disposición oficial, que las difusoras radiales incluyeran en sus diarias programaciones música mexicana con el fin de enaltecerla y reconciliar la ante el auditorio y para dar lustre a los nombres de nuestros grandes autores y compositores. Célebres programas radiofónicos primero, y de televisión después, a un gratamente recordados, exaltaron el carisma y la exquisitez de nuestra producción musical; finalidad para la que se contó en múltiples ocasiones con las orquestas típicas.

Fueron años en los que el orgullo de ser mexicano se manifestó de muy diversas maneras, entre tantas, ratificando el gusto y lealtad a nuestras manifestaciones culturales A través de sonidos costumbristas proporcionados por variados instrumentos tradicionales, tales como el salterio, mandolina, arpa, bandolón, bajo sextos y quintos, xilófono, marimba e incluso instrumentos autóctonos como huéhuetls, toponaxtles y chirimías.

Dichas orquestas fueron populares ya que estas ofrecían conciertos ante las más diversas audiencias de forma habitual y gratuita, particularmente los días domingo, en diversas explanadas, pérgolas y quioscos de los jardines citadinos y los más coloridos pueblos. Motivo de reunión y júbilo, estos recitales provocaban el esparcimiento, la unión familiar, el enriquecimiento de la cultura musical, el fomento al baile etc...

Desde los tiempos del maestro Miguel Lerdo de Tejada, los músicos portaban el vistoso traje de charro compuesto por calzoneras de anchas botonaduras de plata, sombrero galoneado y jorongo; ellas vestidas de chinas poblanas y luciendo grandes trenzas. Sus bailables en parejas -a veces interpretados por niños-, sus contrastantes cantos y el repertorio predominantemente mexicano de carácter urbano y campesino significó para el mexicano de entonces adentrarse al espíritu nacionalista que Miguel Alemán Valdez, presidente de México a la sazón, había perfilado en los inicios de su mandato. Todo en conjunto expresaba ante el público las raíces del terruño.

En cada nota, en cada compás, la música de la Orquesta Típica destilaba el espíritu patriótico que en esos años imperaba en el alma nacional, tanto así, que los paisanos que se encontraban muy lejos de su México querido laborando en el surco, la pizca o la maquila, al escuchar la “Canción Mixteca” interpretada por este grupo folclórico, eran invadidos por la añoranza y la ansiedad; emociones encontradas que propiciaban que al día siguiente liaran sus escasas pertenencias y tomaran rumbo de regreso a suelo mexicano, guiados por el eco de ese sensitivo canto del oaxaqueño Jesús López Alavés, al que la Típica solía impregnar con esencias de apego a lo nuestro: “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido...”

En el Kiosco de la Alameda Central, en el morisco de Santa María La Ribera, en el de Azcapotzalco y en la Pérgola del ex-embarcadero del lago del Viejo Bosque de Chapultepec, los conciertos que ofreció la Orquesta Típica de la Ciudad de México fueron inolvidables.

En tanto los mayores platicaban de sus cosas, los niños, -unos vestidos de charritos y otros de marineritos-, jugaban, corrían y ya casi para dar las doce del día, sudorosos por tanto ajetreo, tomaban de la mano a sus padres para ir juntos, en franca convivencia familiar, a escuchar el concierto de La Típica, que siempre incluía valses, marchas, jarabes, polkas, mazurkas, fox-trots, rancheras, danzas, habaneras y música nacionalista de José Pablo Moncayo, Blas Galindo, Manuel M. Ponce, Tata Nacho y Fray Mario Talavera con arreglos filarmónicos de música tradicional. Gracias a estos conciertos los niños de aquel tiempo, hoy nuestros abuelos, aprendieron a amar la música de nuestra tierra, a diferencia de los de hoy, que ignoran cuáles son las raíces fundamentales de su nacionalidad y cuál es la esencia-raíz de la música mexicana.

Con un repertorio comprendido en canciones como Las Bicicletas, Chapultepec, Cielito Lindo, Morir por tu amor, Adelita, Zandunga, Dios nunca muere, Sobre las olas, Cuando escuches este vals, Club Verde, Río Rosa, La paloma, Jesusita en Chihuahua, Íntimo secreto, La Marcha de Zacatecas, Lejos de ti, Estrellita, Patria mía, Carmen, Tristes Jardines, Perjura, Noche azul, Ojos de juventud, Recuerdo, Vals poético, Alborada, Alejandra, El Choclo, María Elena, Viva mi desgracia, El Faisán, Jarabe tapatío, Marcha Dragona, Las Chiapanecas, Coronelas y hasta La Bamba, escuchar las letras decimonónicas envueltas en el marco musical de la una orquesta y engarzadas a las voces de los cantantes más prestigiados que ha tenido la lírica nacional, siempre significó un gozo sin límite para las audiencias de ese México que se fue.

Hoy la tradición -que atraviesa por un largo compás de espera- continúa; y si aquellos prestigiados nombres aún perduran en el ánimo de los gustadores de lo bueno, gracias a antañonas grabaciones; las virtuosas voces de hoy deberán impulsar ante las modernas generaciones de mexicanos los sugestivos temas de ayer, que sin duda encontrarán en sus respectivas sensibilidades nuevos matices en belleza y sentimiento; en tanto, las típicas, como coloquialmente llama el pueblo a estas agrupaciones, seguirán esperando salir del ostracismo en que se encuentran, pues es bien sabido que para los indignos gobernantes de nuestras ciudades no existe presupuesto para todo aquello que signifique educación, cultura y rescate de las cosas nuestras; esto, aunado a los desafortunados nombramientos de directores titulares que buscan alejarse del repertorio original y para el que dichas agrupaciones fueron creadas, buscando imponer la escuela y la academia de lo clásico en una orquesta que no nació para ese tipo de formatos, como en el caso de la orquesta típica de la ciudad de México que se ha alejado cada día más del cancionero tradicional, reemplazando y agregando instrumentos de concierto que nunca tuvieron cabida en esta manifestación con el afán de pretender incorporar a su programación obras sinfónicas de compositores tanto nacionales como extranjeros que nada tienen que ver con el contexto cultural TÍ PI CO y de antaño. Por bellas y gloriosas que estas obras sean, ¿qué relación tiene una orquesta típica de la ciudad de México con repertorio sinfónico de Bizet, Revueltas, Carrillo, Soula, Galindo, Moncayo o Chávez? ¿Cuándo entenderán que la típica NO es una sinfónica?

Para mí, entrañable bohemio irredento, tiempos pasados fueron mejores. A diferencia de ayer, hoy la convivencia familiar forma parte del pasado dorado que vivió nuestra ciudad, amén de que la relación padres e hijos ya no conlleva la estimulación de los sentidos, como entonces. Hoy, el populismo imperante ha sepultado las buenas costumbres, como aquella, motivo de esta crónica: escuchar absortos en compañía de los nuestros los conciertos dominicales de las verdaderas orquestas típicas y las bandas de pueblo.

Así pues, ínclito e inquieto lector, hasta la próxima semana si el señor de arriba lo permite. Mientras tanto, no lo olvides: mi correo electrónico está dispuesto las 24 horas para recibir sus comentarios y comunicación. Personalmente siempre contesto. rodrigodelacadena@yahoo.com

¡Ni una línea más!

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