Además de sus efectos económicos, sanitarios y políticos, la pandemia mundial por COVID-19 dejará, sin lugar a dudas, experiencias y huellas imborrables en la humanidad a nivel social, familiar y emocional.
Quizá estos efectos sean más perceptibles en unos que en otros, habrá quienes no hayan aprendido nada y salgan a las calles cuando termine la cuarentena igual que como entraron a sus casas, incluso más enojados, más estresados o deprimidos.
Especialistas en psicología y psiquiatría han explicado ampliamente los efectos que a nivel de la salud mental tiene el encierro; el temor de ver amenazada la salud por un virus desconocido para el cual todavía no hay cura, así como la incertidumbre de perder el empleo o el patrimonio fruto del esfuerzo de muchos años de trabajo.
Para los que tienen la necesidad de salir de sus casas por cuestiones de trabajo o para abastecerse puede resultar impactante caminar por calles semivacías y fantasmales, en las que deambulan unas cuantas personas que, por el uso de cubrebocas, parecen no tener rostro y solo se alcanza a ver una mirada llena de desconfianza por la cercanía de otros.
Los mensajes catastrofistas corren por cuanto chat o red social existe. Algunos optan por el envío masivo de mensajes cargados de meloso positivismo y llenos de esperanza; mientras otros regañan a diestra y siniestra a los que andan en la calle, difunden mensajes de odio y descargan su irá contra personal médico y de enfermería, lo cual empieza a traspasar la barrera del mundo virtual.
Esta inédita situación no solo nos recuerda la fragilidad de la condición humana, sino que ha abierto debates bioéticos sobre las vidas que merecerían tener prioridad para recibir atención médica y ser salvadas. También enseña -sobre la marcha- una nueva forma de uso de los recursos, con métodos de ahorro y racionalización que empieza a desplazar la arraigada e inconsciente cultura de consumismo y desecho.
Las nuevas circunstancias ponen a prueba valores culturales y sociales que para algunos pueden resultar insoportables, como ya lo empieza a reflejar el aumento en los casos de intento de suicidio.
Los especialistas explican que detrás de la mayoría de estos casos, existía previamente una enfermedad mental que no estaba diagnosticada o no era tratada adecuadamente. Los demás tendrán que echar mano de todas las herramientas emocionales a su alcance y descubrir su capacidad de resiliencia para sobreponerse a la adversidad, sin perder de vista ,que cada reacción que una persona adulta tenga frente a sus hijos y lo más jóvenes, será una lección de vida aprendida.