/ viernes 20 de enero de 2023

Hojas de Papel Volando | Un buen vino y los cachetes rojos

El vino es una bebida generosa, amorosa, genial… El vino que proviene de la fermentación de la uva, digo, el vino tinto, o blanco… El vino que es vino y que al consumo de unos sorbos, al incorporarse al torrente sanguíneo, provoca alegría, regocijo, solidez y satisfacción.

El vino ha acompañado al ser humano desde muchos siglos antes. Ha estado a su lado en las buenas y en las malas; en las duras y en las maduras. El vino lo conoce todo, lo escucha todo, guarda silencio pero cuando habla está en nuestro cuerpo y nos dice el prodigio de la naturaleza en el cuerpo humano.

Con el vino se acompañan manjares, comidas, alegrías y hasta quebrantos; con el vino se está a gusto porque es un buen compañero sabiéndolo aprovechar en su medida exacta: ni más, ni menos. Cuántas veces hemos visto cómo un hombre llega agobiado a su hogar –eso en las películas europeas con frecuencia—y se sirve inmediato una copa de vino para aliviar el pesar…

El deleite del vino comienza desde la vista de su botella transparente y lúcida. La del vino tinto, a contraluz, muestra sus colores granate, su lucidez, su belleza y su alegría; es una luz brillante que asoma y que implora por salir pronto ya: “¡Quita ya ese corcho, hombre, que ya es tiempo!”.

El vino blanco, que no es tan blanco, nos muestra su transparencia, su lucidez, su suavidad y sus colores y matices ‘seductores’ que abrillantan nuestra mirada y nos exigen asimismo ser liberados para salir y disfrutar del oxígeno natural y el calor de nuestra mano…

Hay otros colores y sabores. Sí, pero casi siempre son preferidos, en primer lugar el vino tinto, sabroso, con cuerpo y fortaleza; el blanco suave y cariñoso…

Luego viene el descorche y: ¡Pum! Ahí está, su aroma inconfundible a uvas, a vino, a frutas, a todo el viñedo puesto en la botella que ahora respira hondo y profundo, que nos regala su esencia olorosa y aromática al paraíso terrenal.

Nos afina y alegra el olfato y nos dice el prodigio que ahora habrá de seguir luego de unos momentos en los que habrá de servirse en las copas dispuestas para la ocasión. Son copas que tienen una base redonda, con un tubo creciente alargado que llega al vaso mismo en donde se depositará “el caldo”, que se dice.

Y es que ese tubo alargado es –dicen los sabios que de esto saben—para que la mano no entre en contacto con el vaso y se contagie del calor humano lo que transformaría el sabor del vino… ¿será? Pero, bueno, eso es ser exquisitos, en todo caso el vino puede tomarse en cualquier recipiente que permita su consumo a sorbos o a pequeños tragos…

De hecho, debe tomarse con suavidad y a pequeños sorbos para que su sabor impregne nuestro paladar y saborear su gusto, su intensidad, sus valores frutales o de calidad que algunas veces es insuperable… Luego de lo cual habrá de saborearse aún mejor el alimento que convenga a la riqueza del vino y sus encantos… ejem.

Pero no. No se crean que siempre ha sido así. El vino ha estado en las mesas opulentas pero también y mucho más en las mesas sencillas y sin tanta escenografía. En mesas en las que ese vino se convierte en acompañante y no sólo en placer…

Y de hecho al vino se le atribuyen valores de ayuda en la salud a quien lo consume con medida y sin pasarse de a raya porque entonces se está en el umbral del “ser un borrachín”.

Por ejemplo, se dice que el vino previene el envejecimiento celular; evita la diabetes; previene el cáncer; reduce el colesterol malo; te hará más inteligente (ejem); favorece la digestión; no engorda y ayuda a quemar grasa; protege el corazón evitando infartos e ictus; previene los cálculos renales; previene la enfermedad de Alzheimer; combate la hipertensión; previene la arteriosclerosis; aumenta la esperanza de vida; es mejor que el ibuprofeno; es el mejor antidepresivo… Ni más, ni menos.

En México el gusto por el vino no viene de muy lejos. No era parte de la cultura nacional. Si los licores fermentados de distinta sabrosura e intensidad. Pero ya se asienta aquí el gusto y la producción de vinos de buena calidad en los viñedos del norte del país. Ya comienza la gente a pedir vino mexicano. Está bien. Aunque aún predomina el gusto por los vinos extranjeros, en particular el francés y el español.

En todo caso ¿de dónde viene el vino y por qué ha mantenido su preferencia en diferentes culturas, historias, epopeyas, creencias, divinidades…? Según estudios científicos y arqueológicos prueban que hay evidencias de que las producciones de vino más antiguas datan de la Edad de Bronce, entre el 6000 al 5000 AC y proceden de Georgia, Armenia, Sumeria e Irán (montes Zagros).

Se he encontrado la bodega más antigua del mundo conocida hasta el día de hoy, del año 6100 AC, entre los montes que limitan Georgia y Armenia. El vino era almacenado en recipientes de barro en el interior de la cueva Areni, donde se dejaba fermentar. ‘Esta civilización bebía vino ceremonial durante los rituales de enterramiento’.

De la vid silvestre a la cultivada supuso un enorme avance en la evolución del vino. Las nuevas vides cultivadas con los cuidados necesarios de la mano del hombre, aseguraban cosechas abundantes y de mejor calidad, ya que el vino es la suma de muchos factores como los minerales del suelo, el clima, regadío, altura…

Así que la gran adaptabilidad a los diferentes terrenos y climatologías fue clave en la expansión del cultivo de vid, que pronto se expandió por la península de Anatolia, Grecia y Egipto.

Los fenicios fueron quienes difundieron las técnicas de producción del vino por todo el Mediterráneo antiguo, contribuyendo al éxito de la expansión del vino. Fueron ellos los artífices del desarrollo del cultivo y elaboración del vino. Además, introdujeron viñedos y bodegas en sus territorios en el Norte de África, Sicilia, Francia y España, donde popularizaron el vino y su comercio con griegos y romanos.

La propagación del cristianismo favoreció la expansión del vino, debido a que era un elemento fundamental en la celebración de las misas. Es parte de la historia del cristianismo, por ejemplo, cuando se habla de que uno de los primeros milagros de Jesucristo se refiere a la creación del vino en las bodas de Canaán o el vino como redención y ‘sangre de su sangre’ durante la Última Cena.

Y así. La literatura mundial ha estado plagada de obras relativas a los valores del vino, como también a sus excesos. Muchos años después, el Arcipreste de Hita, en España en 1300 describió: “Face perder la vista e acortar la vida, tira la fuerça toda si se toma sin medida, face temblar los miembros, todo sesso olvida: ado es mucho vino, toda cosa es perdida”.

El bachiller Fernando de Rojas, en 1499, en tragicomedia Calixto y Melibea (La Celestina), escribe el más completo ditirambo al vino de nuestra literatura.

Ahí, la Celestina expresa: “… de noche en invierno no hay otro escallentador de cama. Con dos jarrillos destos que beva, quando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche; esto me callenta la sangre; esto me sostiene continuo en un ser; esto me face andar siempre alegre;…esto quita la tristeza del coraçón, más que el oro y el coral; esto da esfuerzo al moço e al viejo fuerça; pone color al descolorido y coraje al cobarde…”

Ya en el siglo XX, John Steinbeck escribió “Las viñas de la ira” en la que refiere la lucha de los trabajadores del campo, recolectores de la uva, y en la que exalta los valores de la justicia y, sobre todo, la dignidad humana en un Estados Unidos con profunda injusticia económica y política.

Ernest Hemingway describe su placer por el vino en la obra “Fiesta” en la que relata las fiestas de Los Fermines, en Pamplona, España y en la que el vino corre a raudales a modo –casi- de bacanal…

En la obra “La bacanal” de Tiziano (pintura veneciana del siglo XVI) es la fiesta en honor al dios Dionisos/Baco, que constituye un canto a los placeres de la vida. La obra escandalizó a la Iglesia Católica, pero no a la clase aristocrática ilustrada, amante de las fiestas y de las “bacanales”.

Más y más hay sobre el vino y sus deleites. Está en nuestras mesas cuando así es posible. Está en tabernas, en mesas de amigos y está en el ánimo de quienes vagan por el mundo a la sombra del gusto y del sabor a vida y del sabor a la esencia de la vida.

El vino es una bebida generosa, amorosa, genial… El vino que proviene de la fermentación de la uva, digo, el vino tinto, o blanco… El vino que es vino y que al consumo de unos sorbos, al incorporarse al torrente sanguíneo, provoca alegría, regocijo, solidez y satisfacción.

El vino ha acompañado al ser humano desde muchos siglos antes. Ha estado a su lado en las buenas y en las malas; en las duras y en las maduras. El vino lo conoce todo, lo escucha todo, guarda silencio pero cuando habla está en nuestro cuerpo y nos dice el prodigio de la naturaleza en el cuerpo humano.

Con el vino se acompañan manjares, comidas, alegrías y hasta quebrantos; con el vino se está a gusto porque es un buen compañero sabiéndolo aprovechar en su medida exacta: ni más, ni menos. Cuántas veces hemos visto cómo un hombre llega agobiado a su hogar –eso en las películas europeas con frecuencia—y se sirve inmediato una copa de vino para aliviar el pesar…

El deleite del vino comienza desde la vista de su botella transparente y lúcida. La del vino tinto, a contraluz, muestra sus colores granate, su lucidez, su belleza y su alegría; es una luz brillante que asoma y que implora por salir pronto ya: “¡Quita ya ese corcho, hombre, que ya es tiempo!”.

El vino blanco, que no es tan blanco, nos muestra su transparencia, su lucidez, su suavidad y sus colores y matices ‘seductores’ que abrillantan nuestra mirada y nos exigen asimismo ser liberados para salir y disfrutar del oxígeno natural y el calor de nuestra mano…

Hay otros colores y sabores. Sí, pero casi siempre son preferidos, en primer lugar el vino tinto, sabroso, con cuerpo y fortaleza; el blanco suave y cariñoso…

Luego viene el descorche y: ¡Pum! Ahí está, su aroma inconfundible a uvas, a vino, a frutas, a todo el viñedo puesto en la botella que ahora respira hondo y profundo, que nos regala su esencia olorosa y aromática al paraíso terrenal.

Nos afina y alegra el olfato y nos dice el prodigio que ahora habrá de seguir luego de unos momentos en los que habrá de servirse en las copas dispuestas para la ocasión. Son copas que tienen una base redonda, con un tubo creciente alargado que llega al vaso mismo en donde se depositará “el caldo”, que se dice.

Y es que ese tubo alargado es –dicen los sabios que de esto saben—para que la mano no entre en contacto con el vaso y se contagie del calor humano lo que transformaría el sabor del vino… ¿será? Pero, bueno, eso es ser exquisitos, en todo caso el vino puede tomarse en cualquier recipiente que permita su consumo a sorbos o a pequeños tragos…

De hecho, debe tomarse con suavidad y a pequeños sorbos para que su sabor impregne nuestro paladar y saborear su gusto, su intensidad, sus valores frutales o de calidad que algunas veces es insuperable… Luego de lo cual habrá de saborearse aún mejor el alimento que convenga a la riqueza del vino y sus encantos… ejem.

Pero no. No se crean que siempre ha sido así. El vino ha estado en las mesas opulentas pero también y mucho más en las mesas sencillas y sin tanta escenografía. En mesas en las que ese vino se convierte en acompañante y no sólo en placer…

Y de hecho al vino se le atribuyen valores de ayuda en la salud a quien lo consume con medida y sin pasarse de a raya porque entonces se está en el umbral del “ser un borrachín”.

Por ejemplo, se dice que el vino previene el envejecimiento celular; evita la diabetes; previene el cáncer; reduce el colesterol malo; te hará más inteligente (ejem); favorece la digestión; no engorda y ayuda a quemar grasa; protege el corazón evitando infartos e ictus; previene los cálculos renales; previene la enfermedad de Alzheimer; combate la hipertensión; previene la arteriosclerosis; aumenta la esperanza de vida; es mejor que el ibuprofeno; es el mejor antidepresivo… Ni más, ni menos.

En México el gusto por el vino no viene de muy lejos. No era parte de la cultura nacional. Si los licores fermentados de distinta sabrosura e intensidad. Pero ya se asienta aquí el gusto y la producción de vinos de buena calidad en los viñedos del norte del país. Ya comienza la gente a pedir vino mexicano. Está bien. Aunque aún predomina el gusto por los vinos extranjeros, en particular el francés y el español.

En todo caso ¿de dónde viene el vino y por qué ha mantenido su preferencia en diferentes culturas, historias, epopeyas, creencias, divinidades…? Según estudios científicos y arqueológicos prueban que hay evidencias de que las producciones de vino más antiguas datan de la Edad de Bronce, entre el 6000 al 5000 AC y proceden de Georgia, Armenia, Sumeria e Irán (montes Zagros).

Se he encontrado la bodega más antigua del mundo conocida hasta el día de hoy, del año 6100 AC, entre los montes que limitan Georgia y Armenia. El vino era almacenado en recipientes de barro en el interior de la cueva Areni, donde se dejaba fermentar. ‘Esta civilización bebía vino ceremonial durante los rituales de enterramiento’.

De la vid silvestre a la cultivada supuso un enorme avance en la evolución del vino. Las nuevas vides cultivadas con los cuidados necesarios de la mano del hombre, aseguraban cosechas abundantes y de mejor calidad, ya que el vino es la suma de muchos factores como los minerales del suelo, el clima, regadío, altura…

Así que la gran adaptabilidad a los diferentes terrenos y climatologías fue clave en la expansión del cultivo de vid, que pronto se expandió por la península de Anatolia, Grecia y Egipto.

Los fenicios fueron quienes difundieron las técnicas de producción del vino por todo el Mediterráneo antiguo, contribuyendo al éxito de la expansión del vino. Fueron ellos los artífices del desarrollo del cultivo y elaboración del vino. Además, introdujeron viñedos y bodegas en sus territorios en el Norte de África, Sicilia, Francia y España, donde popularizaron el vino y su comercio con griegos y romanos.

La propagación del cristianismo favoreció la expansión del vino, debido a que era un elemento fundamental en la celebración de las misas. Es parte de la historia del cristianismo, por ejemplo, cuando se habla de que uno de los primeros milagros de Jesucristo se refiere a la creación del vino en las bodas de Canaán o el vino como redención y ‘sangre de su sangre’ durante la Última Cena.

Y así. La literatura mundial ha estado plagada de obras relativas a los valores del vino, como también a sus excesos. Muchos años después, el Arcipreste de Hita, en España en 1300 describió: “Face perder la vista e acortar la vida, tira la fuerça toda si se toma sin medida, face temblar los miembros, todo sesso olvida: ado es mucho vino, toda cosa es perdida”.

El bachiller Fernando de Rojas, en 1499, en tragicomedia Calixto y Melibea (La Celestina), escribe el más completo ditirambo al vino de nuestra literatura.

Ahí, la Celestina expresa: “… de noche en invierno no hay otro escallentador de cama. Con dos jarrillos destos que beva, quando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche; esto me callenta la sangre; esto me sostiene continuo en un ser; esto me face andar siempre alegre;…esto quita la tristeza del coraçón, más que el oro y el coral; esto da esfuerzo al moço e al viejo fuerça; pone color al descolorido y coraje al cobarde…”

Ya en el siglo XX, John Steinbeck escribió “Las viñas de la ira” en la que refiere la lucha de los trabajadores del campo, recolectores de la uva, y en la que exalta los valores de la justicia y, sobre todo, la dignidad humana en un Estados Unidos con profunda injusticia económica y política.

Ernest Hemingway describe su placer por el vino en la obra “Fiesta” en la que relata las fiestas de Los Fermines, en Pamplona, España y en la que el vino corre a raudales a modo –casi- de bacanal…

En la obra “La bacanal” de Tiziano (pintura veneciana del siglo XVI) es la fiesta en honor al dios Dionisos/Baco, que constituye un canto a los placeres de la vida. La obra escandalizó a la Iglesia Católica, pero no a la clase aristocrática ilustrada, amante de las fiestas y de las “bacanales”.

Más y más hay sobre el vino y sus deleites. Está en nuestras mesas cuando así es posible. Está en tabernas, en mesas de amigos y está en el ánimo de quienes vagan por el mundo a la sombra del gusto y del sabor a vida y del sabor a la esencia de la vida.

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