Definitivamente hay algo que caracteriza al mexicano (no a todos, claro está) y es que si puede burlar la ley, lo va a hacer, ¿por qué? Pues por demostrar que puede ser mejor que quien le está pidiendo no salir, y la muestra está en que ni todos los comerciantes ni todos los visitantes entendieron la sana distancia y abarrotaron las calles del Centro Histórico.
El naranja está más cerca del rojo que del verde, fue la frase de la jefa de gobierno esta semana cuando vio que no estaba siendo para nada ordenado el regreso a las actividades, que por cierto, no se está volviendo porque estemos saliendo de la pandemia, todo lo contrario, se está haciendo por la presión social.
Es perfectamente entendible que la economía de millones de mexicanos, que viven al día, estaba más que colapsada, que era necesario volver a abrir millones de negocios para que las personas pudieran obtener su sustento, sin embargo, el mensaje no fue el adecuado, pues les hicieron pensar que ya todo iba de bajada, en lugar de hablar con la verdad.
Por esta cuestión es que millones de capitalinos andan en las calles y en los supermercados como si ya nada mas se hubiera tratado de algo pasajero y que ahorita estuviéramos todos fuera de peligro, al menos ese es el mensaje que pareciera, pues las calles lucen como si nada hubiera pasado en los últimos tres meses.
Más de seis mil contagios el viernes pasado y un promedio de 650 muertos por día esta semana no pueden ser síntomas de que la enfermedad está pasando, al contrario, llegamos al día de mayor numero de contagios en todo el tiempo de la pandemia y sinceramente la tendencia aun es ascendente.
Si la tendencia no piensa bajar y la famosa curva no se va a controlar, entonces la gente no debe andar en la calle, porque es mucho más peligroso que las estadísticas se estacionen en niveles altos y permanezcan así por varios días que un incremento alto, porque lo que más esperamos, que es la caída de la tendencia, parece más lejos que nada.
El gobierno federal dijo que no va a ayudar a las empresas, esto las obliga a regresar a las labores o morir y nadie que haya luchado por su patrimonio querrá verlo morir, pero esto obliga a que los trabajadores paguen los platos rotos, son ellos los que tienen que salir en medio del peligro, porque se come todos los días, no solo cuando el semáforo está en naranja o verde.