El poder gubernamental pretende seguir minimizando la pandemia y sus catastróficos efectos económicos y sociales, sin querer o tratar de entender que los últimos 19 meses han dejado un cambio muy profundo y quizá imborrable en la población.
El confinamiento obligó a millones de familias a reorganizar sus sistemas productivos, de consumo, de abastecimiento, educativos, laborales, de cuidado y crianza de los más pequeños y de atención a los integrantes más vulnerables, sin más recursos y apoyos que los propios.
Esta situación se vuelve más adversa en el caso de las familias que han sufrido la pérdida de sus viviendas y pocos enseres domésticos a causa de las torrenciales lluvias que han provocado inundaciones, deslave de cerros y desbordamiento de presas y ríos en varios puntos del territorio nacional, sin que hasta ahora, haya una respuesta eficaz, sistemática, institucional y suficiente, por parte del Estado mexicano.
Ahora, la autoridad llama a maestros de todos los niveles educativos a regresar, sí o sí, a dar clases presenciales y, para ello, amenaza, critica, regaña y acusa a los docentes de estar muy cómodos en casa, recibiendo su salario y sin enfrentar ningún riesgo. Alguien que les diga a esas autoridades, que los maestros, junto con los padres de familia, nunca dejaron de trabajar y han hecho esfuerzos titánicos para no perder los últimos dos ciclos escolares, lo que hubiera provocado un saldo mucho mayor en deserción escolar y rezago educativo del que ya de por sí ha dejado la pandemia.
La falta de una estrategia institucional se suple con discursos absurdos como aquellos pregonados por autoridades de la Ciudad de México, en los que afirman: "que conviene más llevar a los niños a la escuela por los múltiples apoyos económicos y alimenticios que reciben, como son los vales para útiles y uniformes, las becas y los desayunos escolares, que quedarse en casa”. ¿O sea, se quiere captar a la gente por el hambre y la necesidad? ¡Qué bonita estrategia y cuánta crueldad!
La política pública se ha convertido en una franca apuesta a mantener clientelas políticas. Habrá quien guste de recibir dádivas gubernamentales, pero lo cierto es que generaciones completas de mexicanos están acostumbradas a luchar todos los días, a salir adelante por sí mismos -como lo han demostrado durante toda la pandemia- y a ganarse el pan con el sudor de su frente. Esto no es ser fifí, aspiracionista, egoísta o cuanto más mote despectivo se endilgue, es vivir con dignidad y libertad.