/ domingo 28 de febrero de 2021

Dar de comer

La comida es uno de nuestros ritos más sagrados. Cada vez que nos reunimos alrededor de una mesa surge lo mejor de nosotros y existe una convivencia que no pasa en ningún otro espacio social.

Comer, ya sean unos tacos o un platillo de alta cocina, es parte de lo que nos identifica, nos une y nos integra, un asunto que no es poca cosa cuando vemos lo difícil que es ponernos de acuerdo en muchos temas.

Además, el sector de los restaurantes emplea a miles de personas y sostiene a muchas familias más que proveen, asisten o están relacionadas con establecimientos de todos los tamaños y de todas las categorías posibles.

Una de las tragedias asociadas a la pandemia ha sido no poder disfrutar de la comida fuera de nuestros hogares, una práctica que da sentido a muchas ciudades y permite que ese motor de la economía pueda ayudar a otras actividades productivas a recuperarse.

Creo que todos nos ha parecido extraño y complejo acercarnos al establecimiento de nuestra preferencia y encontrar que las restricciones, adecuadas sin ninguna, han hecho que la experiencia de comer bien sea muy distinta.

Aún así, muchos restaurantes han logrado sobrevivir con mucho esfuerzo durante estos 12 de meses de crisis sanitaria y se alistan a continuar en un año incierto en el que pasaremos a una nueva realidad de convivencia con el virus.

Nosotros podemos contribuir mucho a que ese tiempo de ajustes sea breve y a que el futuro de fondas, taquerías, cafés y restaurantes de todo tipo, sea mucho mejor en los años que vienen. Solo tenemos que sentarnos en una mesa libre y, con las medidas sanitarias que conocemos, ordenar de su menú.

La Ciudad de México en particular concentra miles de establecimientos que necesitan comensales como tú y como yo. Para una gran ciudad de servicios, la gastronomía no es un atractivo cualquiera, es el alma de la metrópoli.

La Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimento Condimentados (Canirac) es el organismo que agrupa a un gremio indispensable en la vida de cualquier ciudad. Su presidente nacional, el destacado restaurantero Francisco A. Fernández Alonso, ha hecho un trabajo titánico para superar la crisis sanitaria y que su sector se vea lo menos perjudicado posible.

No ha sido fácil, se requiere también de mucha voluntad y compromiso para que esta industria siguiera adelante. Viene el siguiente paso que será llevar a los restaurantes hacia la nueva realidad que viviremos todos una vez que los semáforos epidemiológicos cambien a un color más seguro y quien podría cumplir cabalmente con esa enorme tarea es otro extraordinario restaurantero, Germán González Bernal.

Pero lograrlo depende de las y los comensales, que cuando abrazamos un lugar que nos gusta lo convertimos en una extensión de nuestra casa. Tal vez por eso el personal que trabaja en cada restaurante se vuelve parte de nuestra familia y su comida la razón para tener momentos de alegría y de mucha paz.

Es uno de los pocos esfuerzos comunitarios que nos ayudan a todos y nos brindan un placer sin comparación al mismo tiempo. Dar de comer o recibir comida es una de las experiencias más humanas que existen, no lo olvidemos en estos momentos.

Así que la recomendación es seguir acudiendo a dónde nos gusta, a donde nos sentimos bienvenidos, a donde sabemos que tendremos la oportunidad de sentir uno de los placeres más grandes de la vida: comer sabroso.

La comida es uno de nuestros ritos más sagrados. Cada vez que nos reunimos alrededor de una mesa surge lo mejor de nosotros y existe una convivencia que no pasa en ningún otro espacio social.

Comer, ya sean unos tacos o un platillo de alta cocina, es parte de lo que nos identifica, nos une y nos integra, un asunto que no es poca cosa cuando vemos lo difícil que es ponernos de acuerdo en muchos temas.

Además, el sector de los restaurantes emplea a miles de personas y sostiene a muchas familias más que proveen, asisten o están relacionadas con establecimientos de todos los tamaños y de todas las categorías posibles.

Una de las tragedias asociadas a la pandemia ha sido no poder disfrutar de la comida fuera de nuestros hogares, una práctica que da sentido a muchas ciudades y permite que ese motor de la economía pueda ayudar a otras actividades productivas a recuperarse.

Creo que todos nos ha parecido extraño y complejo acercarnos al establecimiento de nuestra preferencia y encontrar que las restricciones, adecuadas sin ninguna, han hecho que la experiencia de comer bien sea muy distinta.

Aún así, muchos restaurantes han logrado sobrevivir con mucho esfuerzo durante estos 12 de meses de crisis sanitaria y se alistan a continuar en un año incierto en el que pasaremos a una nueva realidad de convivencia con el virus.

Nosotros podemos contribuir mucho a que ese tiempo de ajustes sea breve y a que el futuro de fondas, taquerías, cafés y restaurantes de todo tipo, sea mucho mejor en los años que vienen. Solo tenemos que sentarnos en una mesa libre y, con las medidas sanitarias que conocemos, ordenar de su menú.

La Ciudad de México en particular concentra miles de establecimientos que necesitan comensales como tú y como yo. Para una gran ciudad de servicios, la gastronomía no es un atractivo cualquiera, es el alma de la metrópoli.

La Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimento Condimentados (Canirac) es el organismo que agrupa a un gremio indispensable en la vida de cualquier ciudad. Su presidente nacional, el destacado restaurantero Francisco A. Fernández Alonso, ha hecho un trabajo titánico para superar la crisis sanitaria y que su sector se vea lo menos perjudicado posible.

No ha sido fácil, se requiere también de mucha voluntad y compromiso para que esta industria siguiera adelante. Viene el siguiente paso que será llevar a los restaurantes hacia la nueva realidad que viviremos todos una vez que los semáforos epidemiológicos cambien a un color más seguro y quien podría cumplir cabalmente con esa enorme tarea es otro extraordinario restaurantero, Germán González Bernal.

Pero lograrlo depende de las y los comensales, que cuando abrazamos un lugar que nos gusta lo convertimos en una extensión de nuestra casa. Tal vez por eso el personal que trabaja en cada restaurante se vuelve parte de nuestra familia y su comida la razón para tener momentos de alegría y de mucha paz.

Es uno de los pocos esfuerzos comunitarios que nos ayudan a todos y nos brindan un placer sin comparación al mismo tiempo. Dar de comer o recibir comida es una de las experiencias más humanas que existen, no lo olvidemos en estos momentos.

Así que la recomendación es seguir acudiendo a dónde nos gusta, a donde nos sentimos bienvenidos, a donde sabemos que tendremos la oportunidad de sentir uno de los placeres más grandes de la vida: comer sabroso.

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